Escucha

En ViLo

10 ene 2008

Visita

Algo se detiene. La noche le ayuda a esconderse. Se agita y tiembla. Escucha un paso y se vuelve sombra, tiniebla que marcha lentamente, se une al aire frío, esa ventisca que en estos días empieza a sentirse como verdaderamente otoñal. Avanza. Algunos pasos más. Alguien no ha alcanzado resguardo y hace un alto para contemplar los afeites de la miseria de las calles del centro de la ciudad, regresa la sed, entonces es hora de seguir el viaje. Sólo se ven sombras de una geometría endeble e improvisada, hecha con siglos de errores. Cálculos, vanos cuidados, reglas torcidas por una tierra sin reposo. El mundo nunca fue una máquina, he allí el error fundamental de la arquitectura. Sin embargo los edificios, con cierto orgullo de otro tiempo exhiben apariencias que no acaban de extinguirse. Ladridos en cada esquina. Ahora mira hacia arriba y encuentra el cielo, con apenas algunas estrellas que parecen avergonzadas. Asciende y el aire es más frío. La fetidez de una fábrica en reposo. Hay una falsa impresión de quietud en estas horas, sólo quien adivina las aflicciones ajenas puede sentir el quebranto de las miradas que se hacen acompañar de una pantalla. Falsa quietud porque, desde arriba, se escucha que la ciudad emite un zumbido, casi lúgubre, pero al fin con vida. Mundo extraño éste en el que, con una cobija sucia se arropan dos que no tienen ya nada que esperar. Cualquier pregunta sobra, cualquier asombro está de más; no se siembra en la aridez de las almas que, a fuerza de mirar desgracias, se han aletargado para siempre. Asciende más y se pone a descubrir formas en los trazos luminosos de las bombillas, en las lámparas que los hombres han dispuesto como una advertencia inequívoca para el dios de las alturas. Atraviesa ahora extensiones. Viaja con el aire dándole en la frente. Los músculos del rostro se tensan, aquí hay más frío, será tal vez por la hora. Piensa en una canción pero no la recuerda del todo, la melodía principal era interpretada por un oboe. Ya te adivina. Se confunde con el ruido de algún motor que nadie sabe a dónde se dirige. Va pisando escalas hechas con las notas de los grillos. Entra con un ligero temblor en la ventana. Te encuentra. Se detiene justo frente a ti y se inclina para mirarte de cerca. Sólo un vago estremecimiento anuncia su llegada: no dormirás más aquí.

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