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En ViLo

18 mar 2011

El Minotauro en Gubiña

Hubo en Gubiña un Minotauro. Nadie sabe cómo llegó. De repente lo vieron allí, ocupado en levantar algo parecido a una casa con paredes encontradas y sin ventanas; las únicas puertas daban a otras que, a su vez, conducían a más puertas o, en otros casos, a una pared. Arquitectura tan prodigiosa como inverosímil. En realidad todos en Gubiña pensaban que era más bien estúpida.

Los hombres del pueblo eran fuertes, prácticos, de un humor ligero y tropical, así que dejaron hacer al Minotauro hasta que terminó y, divertidos, notaron cómo las paredes terminaban en una irremediable y única salida. El último día de la construcción vieron cómo aquel ser ante el cual los niños lloraban, la clausuraba. Entonces festejaron con aplauso y risas el último adobe que ocultó los grandes ojos y apagó los resoplidos de aquel hocico infame. Esperaron divertidos a que el monstruo empezara a gritar para que lo sacaran, pero al no escuchar nada, se aburrieron y se fueron a sus casas.

Pasaron muchos días y, salvo por avistamientos raros, el Minotauro no dio nada de qué hablar y casi se olvidaron de él; mucho tiempo después, la noticia de que había un Minotauro que a veces se asomaba por encima de aquellas paredes no asustaba ni excitaba a nadie. Hasta que vino la sequía.

Gubiña dejó de bailar frente a la iglesia el año en que no llovió y se secaron las milpas. Por esos días, el Minotauro se asomaba casi cada tarde, a él también se le veía sediento y sucio. La piel agrietada de su cabeza aparecía cubierta con las costras secas de un lodo fétido. "Está sufriendo también", decía la gente, y seguían su camino hacia los pueblos vecinos, que terminaron por dejar de comerciar con los de Gubiña, pues allí nadie podía pagar nada.

Procesiones, misas, sacrificios, incienso, las últimas reservas de maíz; todo, todo se ofreció ante el altar y no hubo respuesta ni los arcángeles, ni de los santos: "¡Puta madre!", pensaba el cura, "Dios ha venido aquí a prodigar (como es su costumbre) la sed y el hambre, dejándonos sin diezmos".

Al cumplirse un año de la sequía, en una asamblea solemne, la gente determinó abandonar Gubiña y, mientras todos arreaban las yuntas a Juchitán, alguien llamó a la plaza: una mujer a punto de parir pedía, entre gritos, que le ayudaran. Acudieron todas las paisanas en edad de entender las cosas de los nacimientos y, después de que alguien donó los últimos litros de su tinaja para lavarle, se apresuraron a meterla en una casa. Cuando la mujer parió, nadie pudo decir nada por el espanto: una criatura fuerte y con voz ronca se revolcaba en medio de trigo y de agua: la mujer daba a luz tanto al niño como a las semillas. El asombro y la confusión fueron mayúsculos cuando alguien dijo: "El Minotauro la preñó". En ese momento empezó a llover.

Las semanas siguientes (no sin la indignación del cura), nacieron más niños con semillas que traían aguaceros.

A partir de ese año llegaban, antes de mayo, las pequeñas y horribles criaturas trayendo lluvias, sorgo, maíz, trigo y ajonjolí.

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Nota del editor:

En algunas versiones de la leyenda, los narradores cuentan que incluso pasaron siglos antes de que el Minotauro fuera recordado; en otras, el Minotauro jamás vuelve a ser visto por hombre alguno; para otros autores, el Minotauro es quemado vivo por la turba embravecida, compuesta exclusivamente de varones (yo mismo he tenido la suerte de haber confrontado los registros, me refiero particularmente al apartado sobre "Leyendas populares del Istmo de Tehuantepec", del Catálogo "Mitos y discursos morales" de la Biblioteca Nacional: mss. 0776809, 0779012-21 y 07791226).

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