El Obispo
"Son los bárbaros", pensó, y permaneció de pie mientras su respiración se hacía más pausada, "ya han cruzado las puertas de la ciudad".
Entonces el Obispo recordó al niño (miró su pelo, pero no quiso verle a los ojos): "Ya puedes marcharte, que El Señor te bendiga". Quemó incienso y, desde lo profundo, meditó sobre Job. Después tomó el tintero. Escribió toda la tarde.
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